Porque nada es igual, ni parecido, como siempre fue, ni el mismo cielo, otra vez azul, ni el mismo bosque, ni el mismo aire, ni el agua misma, pues él no volvió del combate. No comprendo cuál de los dos tenía la razón desvelados en nuestras discusiones intranquilas. Empecé a entenderlo solamente ahora cuando él no volvió del combate. Callaba cuando no debía, habla sin tacto alguno, y siempre de lo que no estábamos hablando, no me dejaba dormir, al amanecer se levantaba, pero, ayer él no volvió del combate. De este vacío de ahora, mejor ni hablar, de pronto, comprendí éramos dos. Fue como si el viento apagase una hoguera cuando él no volvió del combate. Hoy, como si la primavera escapara de su cautiverio, por error, le di un fruto: ¡Compadre, deje de fumar! Y me respondió el silencio: ayer él no volvió del combate. Nuestros muertos no nos abandonan en la desgracia, nuestros caídos son como centinelas. Como en el agua el cielo se refleja en el bosque y se empinan los árboles, azules. Los dos cabíamos bien en una cueva. El tiempo se nos iba. Ahora soy uno y me parece que soy yo quien no volvió del combate.
© Juan Lius Hernández Milían. Traducción, 2009