Estoy desvelado, me asaltan sueños presagiosos. Tomo pastillas, en dormir confío. No me acostumbro a tragar amargo. Las organizaciones, instancias y funcionarios me han declarado la guerra abiertamente por haber roto el silencio, por cantar a todo el país con mi voz ronca, por demostrar que no soy un cero a la izquierda, por estar rabiando sin dormir, porque en el extranjero en sus programas trasmiten mis canciones de ratero de otros tiempos, considerando si deben excusarse: "Nosotros mismos, sin el permiso suyo". ¡Bien, bien! y ¿por qué más? Quizás, por mi esposa, por no haberaie casado, dicen, con una ciudadana nuestra, por, dicen, obstinarme en ir a un país capitalista y no bajar la cabeza, por escribir una canción, y no sólo una, sobre cuando, cierta vez, combatimos a los fritz, sobre un soldado raso que asaltó un fortín y yo ni en sueños estuve en la guerra. Gritan que yo les robé la luna, y que no dejaré de robarme algo más y la fábula sobrepasa la fábula. No puedo dormir. Pero, ¡¿cómo es que no puedo dormir?! ¡No, no me entregaré a la bebida! Yo les tiendo la mano y mi testamento por la cruz lo juro y yo mismo no olvidaré santiguarme y escucharé una canción, y más de una, y en la canción voy a moldear a alguien. ¡Pero no olvidaré inclinarme hasta la cintura ante todos los que escriben para que yo no pueda dormir! No los voy a engañar: ¡qué trago más amargo!
© Juan Lius Hernández Milían. Traducción, 2010