Hace ruido el dominó en la mesa del patio mientras esperan que sirvan la comida. Los días de mayo son más largos que los de diciembre, el tiempo dura más, pero todo está resuelto. Ya alumbran pobremente las lámparas de antes de la guerra. Moscú embobecido mira con altivez a los prisioneros desde las ventanas. Pero, en algún lugar, en el corazón de los soldaditos hay escorias de metralla; pero, en algún lugar, los nuestros deben cazar a un informante. Ya renuevan las banderas y forman en columnas y los adoquines están tan limpios como el encerado del piso, y a pesar de eso, los batallones van y van y van hacia occidente y las mujeres se ahogan en llanto en los funerales de retaguardia. No han saboreado aún el agua de los manantiales, ni comprado anillos de compromiso, todo lo limpió el tonente de la gran desgracia que por fin Uegó a su fin. Ya arrancaron de los cristales los pedazos de papel en cruz, ¡abajo las cortinas!. ¿Penumbra para qué? Pero, en alguna parte, antes del combate, en cantimplora reparten el alcohol que todo espanta: el frío, el miedo, la peste. Ya limpian el hollín de las velas en los iconos, í y con el alma y los labios dicen veisosy oraciones, pero con la Cruz Roja van y van y van los trenes con soldados I como si, según los partes, las pérdidas fueron pocas. Ya por doquier florecen los jardines, la tierra está soleada, corre el agua y pronto habrán condecoraciones por el trabajo y las hazañas y una almohada de yerba fresca bajo la cabeza. Los aeróstatos ya no se ven por la ciudad, callan las sirenas, preparándose para proclamar la victoria; sin embargo, un jefe de compañía llega a ser el jefe de batallón al que, sin ton ni son, pueden matar todavía. Ya empiezan a tocar los acordeones del botín, y se escuchan juramentos: vivir en paz, con amor, sin deudas... y, sin embargo, van y van y van hacia occidente los trenes con soldados y nos parecía que casi no quedaban enemigos.
© Juan Lius Hernández Milían. Traducción, 2010