Te pregunté: «¿Por qué la cordillera es tu meta?» Buscabas guerra, la cima era tu enemigo. «El Elbrus se ve bien desde la avioneta...» Te echaste a reír, llevándome contigo. Desde entonces, te volviste tierna y cariñosa. ¡Ay, mi alpinista! ¡Ay, mi montañera! Y la primera vez que me sacabas de una fosa, sonreías, ¡ay, mi montañera! Y luego, por esas malditas cañadas, mientras tu cena estaba elogiando, me diste un par de tortas bien dadas, mas no me enojé, y seguía cantando: «¡Ay, qué tierna eres! ¡Ay qué cariñosa! ¡Ay, mi alpinista! ¡Ay, mi montañera!..» Cada vez que me sacabas de una sima o una fosa, me echabas una bronca, ¡ay, mi montañera! Y después, en todas nuestras escaladas - ¡de mí no te fiabas, estabas alerta! - me sujetabas con fuerza y con ganas. ¡Ay, mi alpinista! ¡Montañera experta! ¡Qué poco tierna eres! ¡Qué poco cariñosa! ¡Ay, mi alpinista! ¡Ay, mi montañera! Cada vez que me sacabas de una sima o una fosa, me amonestabas, ¡ay, mi montañera! Con todo mi esfuerzo te seguía, un poquito más y te alcanzaba. Si subo, te digo: «¡Ya basta, eres mía!» Pero me caí y al caer gritaba: «¡Qué cariñosa eres y qué tierna! ¡Mi alpinista, mi roca encantadora!...» Estamos amarrados con la misma cuerda: ¡Ambos somos montañeros a partir de ahora!
© Oleg Shatrov. Traducción, 2012