En África, candente y dorada, en una de sus partes centrales, a pesar de lo planificado, ocurrieron hechos fatales. El elefante dijo, despistado: «¡Parece que sube la riada!..» En realidad, la pobre Jirafa del Antílope quedó enamorada. Resonaron balidos y ladridos, y solamente el Papagayo verde voceaba desde su nido: «¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!» «Un cuerno me importa que sea tan cornudo - clamaba la Jirafa. - ¡Es igual que todo el mundo! Que no lo aceptéis me hace mucho daño, lo siento por vosotros, ¡cambio de rebaño!» Resonaron balidos y ladridos, y solamente el Papagayo verde voceaba desde su nido: «¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!» El padre del Antílope desheredó al hijo: entre los cuernos conservó, el convencimiento fijo. «¡De verdad, son tontos!» - se quejaban los cuñados. Y al final, con los Bisontes se fueron los enamorados. Resonaron balidos y ladridos, y solamente el Papagayo verde voceaba desde su nido: «¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!» En África, candente y dorada, se terminó el idilio: derraman la Jirafa y el Antílope lágrimas de cocodrilo. Ya no queda remedio, cambian los horizontes: ¡la hija de los Jirafas se casa con un Bisonte! ...La Jirafa, quizá, se equivocó, mas no lo hizo adrede, la culpa la tuvo aquel que gritó: «¡La Jirafa es grande y nunca se pierde!»
© Oleg Shatrov. Traducción, 2012