No me gustan los finales desgraciados, no me canso de la vida ni un momento. No me gustan las épocas del año cuando canciones alegres no me invento. No me gustan las calumnias descubiertas, del entusiasmo no me fío ni un poco. No me gusta que lean mis cartas, fisgando por encima de mi hombro. Lo incompleto no me gusta para nada, no me gusta que me interrumpan. No me gustan los disparos por la espalda, tampoco disparar a quemarropa. Odio los chismes disfrazados de supuestos, la carcoma de la duda, el cumplido, cuando alguien te acaricia a contrapelo, cuando el acero frota contra el vidrio. No me gusta la confianza ilimitada: prefiero que me fallen los frenos. Siento que la honra haya sido olvidada y que prosperen la calumnia y los celos. Cuando veo unas alas quebradas, no me pongo sensible ni triste: odio a la gente dominante o dominada, pero lamento la muerte de Cristo. No me gusto cuando tengo miedo, la agresión al débil no la soportaría. Que hurguen en mi alma no lo admito, que alguien le escupa, menos todavía. No me gustan las arenas ni las plazas con sus grandes trapícheos, ¡qué va! Por mucho que cambien las modas, ¡nada de esto jamás me gustará!
1 Decía Vysotski: «...esta canción responde a la mitad de las preguntas que me hacéis en vuestras cartas. Preguntas sobre mi personalidad: sobre aquello que me gusta en esta vida, sobre aquello que acepto o no acepto...» (com. de V. Nóvikov).

© Oleg Shatrov. Traducción, 2012